Soy un yonqui de las letras. Cuando nadie me ve, esnifo párrafos, microrrelatos, relatos cortos y hasta novelas. Desde hace meses, estoy enganchado a las metáforas, a las sinestesias, los pleonasmos y los cuentos de Raymond Carver. Todos los días voy a la biblioteca a por mi dosis de literatura. Mi padre dice que tantos libros me están destruyendo las neuronas como a Don Quijote. Sin embargo, en cuanto pasan unas horas y no he ingerido ningún párrafo, me pongo nervioso y me entra el mono. Siento los escalofríos recorriendo mi cuerpo como un excelso tumor que devora mis entrañas. Necesito leer algo, colocarme con Alicia en el país de las maravillas, El poder del perro o Pistola y cuchillo.
Hace unas semanas, mi madre me internó en una clínica de desintoxicación. Los médicos me prescribieron ver la televisión, jugar a la videoconsola y me prohibieron las lecturas. Ahora paso los días entre culebrones, reality shows, partidos de la NBA y Lara Croft. Aun así, cuando mis cuidadores no me ven, enciendo la tele y pongo el teletexto. No es lo mismo que leer una novela, pero es algo. Las letras me relajan, las frases y las historias me hacen volar a lugares inimaginables. En cuanto recibo mi chute de palabras me siento libre, feliz, extasiado. Soy un adicto. No puedo remediarlo.
Hoy, en un despiste del celador, me he fugado. He corrido por las calles durante horas. Al doblar la esquina, me he apoyado en el poste de una señal de autobús para recobrar el aliento. En el reloj han dado las nueve. Ya solo queda media hora para que abran la librería y pueda comprar la última novela de Sam Shepard y conseguir mi dosis de palabras.
Relato premiado “por lo extraño e imaginativo de su planteamiento”
(Microrrelato ganador del Concurso #75 de Minificción de Alberto Chimal)
Es una magnífica forma de comenzar mi cumpleaños.
Pues ademas de extraña. Me parece bastante buena. Me ha gustado su aparente desorden