El personaje se fugó del manuscrito aprovechando que el autor había ido a la cocina a por un vaso de agua. Cuando salió tomó contacto con el mundo real. Vio el escritorio, la pantalla del ordenador, los altavoces, las dos figuritas de porcelana en forma de búho y la ventana a través de la que distinguió un cielo azul que se extendía en el horizonte como una masa de hacer el pan. Observó la calle y vio que no ocurría nada. No pasaban coches, ni gente. No se oían los gritos y las voces de los niños. Todo permanecía en silencio como si las personas estuviesen echando la siesta. Tras unos minutos, la realidad le resultó aburrida. No ocurrían cosas, al menos no con la rapidez con la que sucedían en los libros. En las apenas treinta páginas de la novela que protagonizaba tuvo seis amantes, tres divorcios, dos intentos de asesinato y hasta un gato que se convertía en un dragón. Ahí sí que pasaban cosas.
Rubén
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